

La democracia española es como un sistema estéreo defectuoso, asimétrico e imperfecto, donde el altavoz de la izquierda suena más alto, mas tiempo y con mejor sonido, mientras que el de la derecha, suena más bajo, menos tiempo y, a veces, se auto silencia.
Para quien no lo crea, basta ver lo que está ocurriendo con la sentencia de los ERE, que supera todo lo imaginable y refleja claramente la asimetría de la sociedad española, de su sistema político y de la opinión pública y publicada. Un desajuste que fomenta el sectarismo, el maniqueísmo y el cainismo. Vamos, una vez más, a una sociedad de buenos y malos, que crea desigualad y limita la libertad de una parte de los ciudadanos.
La prevalencia de la izquierda, su superioridad moral, tiene diferentes explicaciones, no siempre fáciles. Para muchos es el resultado de los esfuerzos de un partido, el PSOE, que apenas tuvo protagonismo durante los años duros del franquismo y que durante la transición se “puso al día” y se arrogó todos los éxitos. Además, en ese partido había no pocos dirigentes, crecidos en el régimen, que tenían que crear una imagen de futuro que ayudara a olvidar su pasado. Para el PSOE no solo se trataba de alcanzar el poder sino también de cambiar la historia, reescribir el pasado y crear una nueva realidad.
La llegada, de rebote, de Zapatero a la presidencia del gobierno marca otro hito en este proceso de desajuste. Desde el primer día, su gobierno asumió dos objetivos claros. El primero, tirar por tierra los éxitos y la bonanza económica de la era Aznar y la armonía social lograda en esos años. El segundo, avivar la hoguera del enfrentamiento, el rencor y el odio entre los ciudadanos como herramienta de control social, que saca lo peor de cada uno y desenfoca nuestro objetivos.
La realidad es que, como ese sistema estéreo de mala calidad, cada días somos más desiguales, entre nosotros, ante la ley y ante la opinión pública y publicada. Cualquier juicio, opinión y exigencia ciudadana está desequilibrada en función de la adscripción política de quien se trate. Hemos pasado de centenares de portadas, tertulias y programas de TV centrados en los trajes de Camps o los bolsos de Rita Barberá a las informaciones efímeras sobre los ERE o sobre cualquier otra cuestión protagonizada por algún personaje de la izquierda política, que no ideológica, hasta el punto de que, a veces, llegamos a pensar que sólo se trató de un sueño. Esta disfunción social nos hace sentimos menos libres, dejamos de opinar o practicamos la autocensura en nuestra relación con los demás.
Lo que la izquierda política no gana en las urnas lo quiere ganar en la calle o con acuerdos que claramente pueden perjudicar al conjunto de los ciudadanos y lo hace a costa de la instituciones y del propio sistema, despreciando conceptos como la igualdad y libertad, que llenan su boca. Hoy, igual que con Zapatero, se vuelve a hablar de cordones sanitarios, es decir, de anular al contrario, negarle todo, y nada menos que por boca del PNV. Por su parte, Podemos, un partido antisistema, totalitario, antidemocrático, que no respeta la Constitución, quiere promover la ilegalización de Vox, un partido que, por muy estridentes que sean sus propuestas, peleará por ellas respetando la ley y la Constitución.
Lo peor es que el gobierno que nos espera no dudará en utilizar todos los instrumentos de poder que dispondrá en su exclusivo beneficio y de la manera que más le convenga. Mientras, seguimos en un estado de estúpida despreocupación, creyendo que la sociedad amable de ciudadanos libres e iguales que, entre todos, hemos creado, nos durará para siempre.