Reinvención e innovación son términos similares que tienen un mismo enemigo: el conformismo.
Reinventarse puede ser una obligación, un desafío no deseado y, también, una oportunidad, a menudo divertida y apasionante. Una buena amiga me contaba el otro día que se estaba reinventando. Tiene una larga y exitosa carrera profesional y, tras muchos años, se vuelve a enfrentar, en el trabajo, con viejos demonios: las zancadillas, el peloteo, los trepas, las traiciones, los oportunistas… Me confesó que no se sentía con fuerzas para este combate y que que iba a dar una vuelta completa a su vida. Me lo contaba con ilusión, con felicidad, con alegría… sin miedo.
En el otro extremo, cada día hay más jóvenes profesionales, con una excelente formación y un trabajo que muchos envidiarían, que deciden dar una vuela a su vida y se reiventan cuando no han llegado a los 30. Unos optan por alguna beca o master, otros por montar ese pequeño negocio que siempre han deseado, y otros por colaborar con una ONG. Cambian el confort por la ilusión, por algo que les llena más, que les enriquece de otra manera.
Es evidente que el sistema genera el descontento de los mejores y eso si que es un problema.