La carretera se la llevó con solo 23 años. Una muerte estúpida, inesperada, incompresible… Lola, así se llamaba, acababa de empezar a trabajar como community manager en una agencia de marketing digital y el destino apenas le dio tiempo para postear, algo que hacía cada día en Twitter, Instagram y, sobre todo, en Facebook. Podías seguir su vida y la de sus amigos casi en tiempo real a través de la red.
Tras su muerte, la actividad de sus amigos en su Facebook, recordándola, fue languideciendo. Sus padres trataron de eliminar las cuentas, sin éxito, y, finalmente decidieron dejarlo estar. De alguna manera ampliaba su recuerdo. Así pasaron los 365 días de un largo año.
Al día siguiente del primer aniversario del accidente, los cientos de amigos de Lola recibieron un mensaje “Después de mucho tiempo tu amiga Lola ha vuelto a escribir en Facebook”. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la mayoría de quienes lo leyeron. No se trataba de que un amigo quisiera recordarla en su Facebook, sino de un mensaje del titular de la cuenta y la mayoría sabía que sus padres no habían podido hacerse ni con el ID ni con la contraseña.
Alterados por una curiosidad, en muchos casos malsana, quienes fueron al Facebook de Lola encontraron una imagen sin ningún comentario. Una imagen extraña, formada por diferentes ondas y colores, muy luminosa, que les hizo sentirse bien. Un bienestar también extraño, desconocido.
El post de Lola revolucionó a los amigos y familiares. Para la mayoría se trataba una acción de muy mal gusto. Se mostraron disgustados, enfadados, aunque la imagen les hiciera mucho bien. Hubo quien la descargó y la trató digitalmente para encontrar, sin éxito, algún sentido o explicación, algún audio o imagen ocultos…
A partir de aquel día, los posts de Lola fueron recurrentes. Se trataba siempre de una imagen que transmitía un sentimiento, el mismo siempre para todos los que la contemplaban. De alegría, de paz, de sosiego, de tristeza, de dolor, de plenitud, de desesperanza, de ilusión…
Cada día, los amigos y seguidores de Lola acudían a su Facebook para ver si había algún mensaje. Con el tiempo se fueron dando cuenta de que el tono de la imagen, la sensación que transmitía, se correspondía con algún suceso importante: un atentado terrorista, una accidente de avión, un desastre natural, un avance tecnológico que resolvía una enfermedad incurable, una acuerdo internacional para la protección del medio ambiente, el fin de un conflicto… de alguna manera el Facebook de Lola era un fiel reflejo de la salud de la humanidad y del planeta, un termómetro que les alertaba si había fiebre y de su gravedad.
Lo cierto es que estas imágenes les fueron haciendo mejores, les ayudaban a disfrutar más de la vida, a ser más solidarios, a vivir más esperanzados… a pasar a la acción.
Poco a poco, cientos, miles de páginas en Facebook de personas fallecidas volvieron a activarse y empezaron a lanzar sus imágenes a amigos y seguidores. Lentamente se fue creando una red global de sentimientos positivos, que se hicieron universales, llevando la esperanza a la humanidad, haciéndola mejor, y poniendo el planeta a salvo.