Al mirar al espejo, se estremeció ¡Su cara seguía palideciendo!
Todo había empezado una semana antes. Desde entonces, cada día, al levantarse, pensaba que sólo era un mal sueño, pero no: seguía viendo zonas en gris en su rostro.
Ese día tenía cita con el oftalmólogo. Le hicieron todo tipo de pruebas, no detectaron nada extraño y se limitaron a recetarle un relajante para limitar una ansiedad creciente. Los días pasaban y todo se hacía un poco más gris. Recordó la pena que sintió cuando, siendo un niño, alguien le contó que los perros solo veían en blanco y negro.
Probó con otros especialistas y nadie supo darle una respuesta. Día tras día las zonas grises eran más amplias y se iban extendiendo por todo su cuerpo. Acudió, sin éxito, a especialistas en medicina alternativa, a curanderos, chamanes y videntes.
Al cabo de un tiempo, las zonas en gris empezaron a aparecer en los objetos, en los paisajes, en todo lo que veía y su corazón se aceleró aún más.
Era ya una obsesión. Apenas dormía, no se concentraba en el trabajo, ya no había ocio, y la relación con la familia y los amigos se deterioraba. Empezó a ver películas en blanco y negro para limitar su angustia. Descubrió la belleza de la gama de grises, pero el seguía luchando por una vida en color. Apasionado por el arte y la naturaleza, echaba de menos las gamas cromáticas que envolvían los trazos de sus pintores favoritos, los verdes intensos del bosque y los infinitos azules del mar y el cielo. Ni siquiera el blanco puro de la nieve le consolaba, al faltar el potente contraste del azul del invierno.
Poco a poco iba olvidando como eran los colores y su mente era ya incapaz de imaginar un amarillo o un rojo. En una de sus muchas visitas al médico se enteró de que no era el único. Había otras personas que tenían el mismo problema. Pensó que, al ser más, las autoridades, la ciencia… tendrían que buscar una solución y recordó cómo las películas antiguas se habían coloreado digitalmente. “Lo lógico -se dijo- es que los científicos desarrollen un filtro digital que convierta en colores la gama de grises que va del blanco al negro”.
Cada día sus esperanzan se hacían más pequeñas y más grande su depresión. La comunicación con el mundo se limitaba a la radio, “el oído no tiene colores” pensaba. Oyéndola, se enteró de que había un equipo de investigadores que estaba avanzado en la batalla contra la ceguera. Con mucho esfuerzo consiguió una cita con uno de estos científicos y su esperanza despertó.
No pudo dormir en toda la noche. Al levantarse, pensó una vez más que se trataba de un sueño. Una ilusión que el espejo, de nuevo, le negó. Por primera vez en muchos meses, puso el máximo esmero en arreglarse. Un afeitado perfecto, su mejor camisa, la corbata preferida, ahora en blanco y negro, el traje y los zapatos de las grandes ocasiones.
Ya en la consulta, un equipo de expertos realizó todo tipo de pruebas. La urgencia le impidió esperar al día siguiente y se quedó en la sala de espera durante horas para conocer los resultados. Por fin apareció una enfermera y le invitó a pasar a ver al doctor.
Le encontró en su mesa, repasando los resultados de las pruebas. Se sentó y observo todos los detalles de una escena en blanco y negro. Tras unos segundo interminables, el especialista levantó la vista, le saludó con un gesto amable y se quedo pensativo unos segundos. Finalmente, le miró a los a los ojos y le dijo: “El problema es que usted es un facha».